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| La danza de los viajeros al atardecer: un encuentro casual en la costa de Manta |
La costa de Manta, un lugar donde el tiempo parece detenerse, nos regala un espectáculo silencioso y conmovedor.
Entre el suave ir y venir de las olas y los reflejos del cielo en la arena mojada, no es raro encontrarse con un grupo de aves elegantes que caminan con la gracia de bailarinas. No son habitantes permanentes de nuestra tierra, sino viajeros incansables conocidos como Playeros aliblancos, de nombre científico Tringa semipalmata.
Estas aves, con sus largas patas y picos rectos, son un recordatorio de que nuestro planeta está conectado por hilos invisibles de migración y supervivencia. Durante el verano en el hemisferio norte, crían a sus polluelos en los humedales y praderas de Canadá y Estados Unidos. Pero cuando el frío del invierno se acerca, emprenden un largo viaje que los lleva hasta las cálidas costas de América del Sur, incluyendo las playas de nuestro querido Ecuador.
Verlos aquí no significa que sean una amenaza. Al contrario, su presencia es una señal de que nuestro ecosistema costero está vivo y sano. Los Playeros aliblancos se dedican a su tarea más importante: buscar alimento en la arena y el lodo, ayudando a mantener el equilibrio natural del lugar. Son un eslabón vital en la cadena de la vida, y su paso por nuestras playas es un simple acto de coexistencia pacífica. Así, cada vez que las veas, no solo estarás viendo a un ave, sino a una embajadora de la naturaleza que ha viajado miles de kilómetros para descansar y alimentarse en la tranquilidad de nuestro hogar costero.
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